Extintores co2 2 kg
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Hay cosas que no fallan: el café a media mañana, la tortilla de tu madre y, cómo no, ese silencio que precede a la tragedia cuando salta una chispa en el cuadro eléctrico del edificio. No es literatura, es realidad. Y ante esa chispa traicionera, no vale con soplar, rezar o sacar el cubo de la fregona: hay que tener un extintor, y que sea el adecuado. Aquí es donde entra, con su prestancia metálica y eficacia gaseosa, el extintor de dióxido de carbono (CO2). Vamos al lío.
Porque es un señor extintor. No deja residuos, no moja, no daña la capa de ozono (algo que tranquiliza a Greta Thunberg) y no se mete con los equipos eléctricos, que es lo que más nos importa en estos tiempos de router, microondas y enchufes hasta en el respaldo del sofá.
el extintor de co2 es muy adecuado para fuegos eléctricos, y lo es por una razón de peso: no conduce la electricidad. Es decir, que uno puede apagar una chispa cerca del servidor del despacho sin miedo a terminar con el pelo como una escarola y el portátil convertido en pisapapeles.
Su funcionamiento es sencillo: libera gas a presión que desplaza el oxígeno y enfría la zona afectada. No hay llama que se mantenga sin oxígeno, ni fuego que resista una nube helada de dióxido de carbono. Pura física, sí, pero también puro sentido común.
Uno pensaría que la lógica es suficiente para saber dónde colocar estos aparatos, pero no. Para eso están los reglamentos, que si bien no siempre se leen con gusto, tienen su qué. Desde 1981, con la célebre y hoy derogada NBE-CPI-82, los extintores de CO2 son obligatorios en sitios donde el polvo puede hacer más daño que el fuego: cuartos de contadores, salas de servidores, transformadores, almacenes de combustibles, etc.
La normativa que le siguió fue aún más meticulosa, y el Reglamento Electrotécnico para Baja Tensión (REBT), en su ITC-BT16, establece que en el exterior de los cuartos de contadores eléctricos debe haber un extintor con una eficacia mínima de 21B. Eso sí, la guía técnica recomienda que mejor sea 21A-113B. Ahí queda eso.
Y si aún hay algún despistado que cree que eso es opcional, recordemos: las comunidades de vecinos con contadores centralizados deben llevar sí o sí estos extintores. Sin excusas.
Aquí viene la pregunta de oro que divide más que el fútbol o la política: ¿ponemos uno de polvo seco o uno de CO2?
Pues depende.
El ABC es polivalente, eso nadie lo niega. Sirve para fuegos sólidos (clase A), líquidos inflamables (clase B) y, sí, también eléctricos (clase C). Pero deja un residuo que puede ser un dolor de cabeza si lo sueltas en una sala llena de aparatos electrónicos caros. Es como apagar el fuego con una tormenta de harina: funciona, pero luego limpia tú.
El de CO2, en cambio, es el caballero británico de los extintores: entra, apaga el fuego sin hacer ruido ni desorden, y se va. No deja ni rastro. Ideal para proteger equipos delicados y evitar que lo que no quemó el fuego lo destruya el polvo.
Así que, si el extintor protege solo la sala de contadores, lo suyo es poner uno de CO2. Si está en una zona más general, como pasillos o junto al cuarto de la basura, el ABC puede ser más versátil.
Uno no puede poner un extintor donde le venga en gana, como si fuera un jarrón chino. Tiene que estar visible, accesible y a la altura adecuada. Nada de esconderlo detrás de una planta de plástico ni de ponerlo en lo alto de una estantería como trofeo.
Además, los planos del edificio deben incluir el tipo, número y ubicación de los extintores. Y no lo dice un iluminado, lo dice la ley. Esto lo firma un ingeniero competente, que para algo ha pasado años entre planos y regulaciones.
Importante: deben colocarse cerca de las salidas de evacuación, sin obstáculos y con señalización clara. Porque si el día que se arma la de San Quintín nadie encuentra el extintor, ¿de qué sirve tenerlo?
Aquí es donde la normativa afloja un poco. En viviendas no es obligatorio tener extintores, pero sí en los edificios. Es decir, que si vives en un bloque, es probable que al bajar por las escaleras veas uno rojo esperándote en cada planta. Bien ahí.
Pero en casa… no es obligatorio, pero sí muy recomendable. Porque un cortocircuito no avisa, una sartén olvidada tampoco, y un calentador con ganas de protagonismo menos aún.
Un extintor pequeño, incluso uno de CO2 portátil, puede ser la diferencia entre un susto y una desgracia.
Tener un extintor adecuado no es un capricho ni un gesto de paranoia: es responsabilidad pura y dura. Y entre todas las opciones, el extintor de CO2 destaca por su eficacia silenciosa, su elegancia funcional y su respeto por los equipos electrónicos.
En edificios, locales y zonas técnicas, es más que recomendable: es necesario. Y si se instala bien, se mantiene correctamente y se revisa con la frecuencia debida, puede ser el aliado que todos necesitamos... y ojalá nunca usar.
Así que ya sabe: mire su cuadro eléctrico, pregunte al administrador de su finca, revise su local. Y si el extintor brilla por su ausencia, que sea un CO2 el que ocupe su lugar.